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martes, 5 de octubre de 2010

"La Casa Blanca"


Hace ya muchos años, se construyó, no muy alejada del centro de la capital, un edificio blanco, como su propio nombre indica. Poca gente sabrá que tan reconocida institución en la actualidad, comenzó a funcionar como una marisquería, aunque ya entonces se ofrecía en alguna de sus estancias un servicio similar al actual.
Con discreción, mutismo, evitando estridencias, se fue ganando el respeto de una sociedad tradicional.
Sus paredes albergaron millares de citas clandestinas, extendiendo así la hipocresía presente en toda la región durante negros períodos.
No pudiendo esconder actividades algo ‘innovadoras’, por llamarlas de alguna forma, aparecían los rumores, escándalos; aumentaban los secretos. 1969 fue un año fatídico, ya que debido a la promulgación de una ley, las autoridades clausuraron el establecimiento, reprimiendo así las actividades desarrolladas en su interior y el cometido de tan respetada, ya entonces, institución. Tuvieron que pasar siete años para poder ver su re-apertura al público.

Des de entonces abierta los 365 días del año, las 24 horas del día porque para las artes de Afrodita siempre es buen momento. En su interior se conciertan citas donde el lujo convive con el anonimato. La ostentación de sus estancias contrasta con la sencillez e invisibilidad que se busca en su exterior. Sobretodo cabe guardar las apariencias. Así nadie puede imaginar qué es lo que pasa detrás de sus ventanas.
Con un ambiente distinguido, sus estancias se convierten en un marco incomparable de comodidad y romanticismo gracias al servicio ofrecido por el numeroso personal de la institución.  Manteniendo el anonimato extremo, unas cortinas tupidas tapan la entrada y la salida de los invitados. Miles de personas, muchas de ellas instituciones reconocidas han pasado por ella.


   









En ese abrevadero
amable y romántico,
el amor fue amo y señor
y hoy bajo su alero
no anidan más pájaros
que las palomas donde da el sol.

Quizá le llamaban La Casita Blanca
por tener terraza de sábana inquieta
o quizá porque
el amor furtivo
tiene ojos de amigo
y pluma de poeta
y en sus pasillos
extravió unos calzoncillos.

Cuidó gentilmente
y por un precio módico
aquel desliz madrugador,
cuando ella con la compra
y usted con el periódico
desayunaban incierto amor

o cuando una boca murmuró al oído
el lenguaje tibio de la ropa blanca.
Cuando los bolsillos
rebosaban besos.
La Casita Blanca
le proporcionaba
"algo" discreto
donde encerrar un secreto.

Un mundo de espejos
a media luz pálida
y un perfume familiar
que se acurrucan contra
la puerta metálica
que ha clausurado la autoridad.

Los vecinos hablan... Las brujas retozan...
y un par de pichones huye al descampado
y un viejo ex-cliente,
pura sensatez,
hace bloques de
pisos amueblados
en un tono rosa.
Pero aquello era otra cosa.


Joan Manuel Serrat

Más información de 'La casita blanca' aquí

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