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viernes, 22 de enero de 2010

No hables con extraños, escuchales.

"Creo que he visto una luz, el flash; vigila que en la curva de entrada están los "mossos" (...)". Con estas palabras continuaba el ameno trayecto durante el cual pensaba dormirme.
Eran las 00:30 de la noche, tarde ya para volver en tren, algo pronto para el primer bus. Solo me quedaba esperar en alguna de las múltiples paradas posibles, por que será que no señalizan bien las paradas? será para no aburrirnos en la espera y así tener que estar atentos para salir corriendo?
Al entrar, presencie una presunta disputa entre conductor y pasajero, presunta por que al final no era nada, disputa por el tono con el que ambos llevaban la conversación. Resultó que el conductor reclamaba unos billetes que el pasajero no pagó del trayecto que realizó en familia en Nochevieja. Seguramente no se los pagó en realidad, y el conductor los reclamaba de verdad, pero el problema acabó con un simple "¿y como vamos?" y con  "bien, como siempre".
Mi intención, antes de subir, era dormir durante el trayecto, pero después de aquella introducción no podía dejar de prestar atención a la conversación ajena.
Resulta que el pasajero magrebí de 55 años, llamemosle A, tenía un padre que falleció a la edad de 105 años, lo cual le permitían disponer de unos años de margen para seguir con sus "actividades". El padre de A tubo 4 mujeres y 46 hijos, pero A no lleva la cuenta de cuantos sobrinos tiene. Sus hermanos andan repartidos por diversos países, ninguno se encuentra ya en Marruecos.
Actualmente A tiene dos mujeres, una en Marruecos y otra que vive con él en España (comentar que con él viaja una mujer, pero no sabría decir si esta seria la otra . . .), pero le gustaría casarse con una joven española de 18 o 19 años.
Estaba tan metida en lo que hablaban que no reconocía ni por donde estábamos pasando, pero un olor muy familiar resolvió la duda. Un inconfundible olor a café delata a Mollet.
Ya en Granollers, no era de extrañar que a la 1:30 de la madrugada no hubiese gente peculiar ni gente por las calles de un pueblo sin vida nocturna, que cambio el de la ciutat comtal. De la estación a casa tan solo un perro paseando a un zombie, un par de muchachos en estado critico y un destacable polvocar sin matricula en el parking.
Más divertido fué el trayecto en bus, no podía pedir ya nada más a ese día.
Un día que empecé en máquinas, de cinta a montaña y de cadena al agua. Continué por Barcelona, del centro y por la eixample en bici hasta pedralbes,  y de la illa bajo tierra hasta el paralelo , para descansar en tantarantana con Old Records  y unas risas. El espectáculo no acabó muy tarde, una cena no venia mal, y acabé en tallers en un bar.
Así el primer tren perdí, y por el principio seguí.

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